SANTA ROSA DE LIMA
Nació
en Lima (Perú) el año 1586; cuando vivía en su casa, se dedicó ya a una vida de
piedad y de virtud, y, cuando vistió el hábito de la tercera Orden de santo
Domingo, hizo grandes progresos en el camino de la penitencia y de la
contemplación mística.
Rosa
de Lima, la primera santa americana canonizada, nació de ascendencia española
en la capital del Perú en 1586. Sus
humildes padres son Gaspar de Flores y María de Oliva.
Aunque
la niña fue bautizada con el nombre de Isabel Flores de Oliva, se la llamaba
comúnmente Rosa y ése fue el único nombre que le impuso en la Confirmación el
arzobispo de Lima, Santo Toribio. Rosa tomó a Santa Catalina de Siena por
modelo, a pesar de la oposición y las burlas de sus padres y amigos.
En
cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla
ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en
la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de suerte que tuvo después bastante
dificultad en quitársela. Como las gentes alababan frecuentemente su
belleza, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser
ocasión de tentaciones para nadie.
Aunque
era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás los desobedeció
ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y paciencia en las dificultades y
contradicciones. Rosa tuvo que sufrir enormemente por parte de quienes no la
comprendían.
El
padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en
circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el huerto,
cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la
familia. La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado
cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse. Rosa luchó
contra ellos diez años e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución
de vivir consagrada al Señor.
Al
cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a
Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó prácticamente en una
cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la cabeza una cinta de
plata, cuyo interior era lleno de puntas sirviendo así como una corona de
espinas.
Su
amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de él, cambiaba el tono de su
voz y su rostro se encendía como un
reflejo del sentimiento que embargaba su alma. Ese fenómeno se
manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo
Sacramento o cuando en la comunión unía su corazón a la Fuente del Amor.
Extraordinarias
pruebas y gracias
Dios
concedió a su sierva gracias extraordinarias, pero también permitió que
sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y conocidos, en tanto
que su alma se veía sumida en la más profunda desolación espiritual.
El
demonio la molestaba con violentas tentaciones. El único consejo que supieron
darle aquellos a quienes consultó fue que comiese y durmiese más. Más tarde,
una comisión de sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias eran realmente
sobrenaturales.
Rosa
pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un
empleado del gobierno, cuya esposa le tenía particular cariño. Durante la
penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte, la oración de la joven era:
“Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”.
Falleció
el 24 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. El capítulo, el
senado y otros dignatarios de la ciudad se
turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro.
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