DOCENTE DE PRIMARIA

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viernes, 23 de agosto de 2013

La máquina maravillosa, Elvira Menéndez


La máquina maravillosa, Elvira Menéndez

La sorpresa asomó al rostro de los cuatro chicos. ¿Has conseguido inventar una máquina para entretener a los padres? preguntó Sara con ansiedad. Sí. ¿De verdad -Pablo no acababa de creerlo. ¿Qué es? -preguntó David.Un televisor -dijo el anciano como si acabara de revelar un gran secreto. ¿Un televisor...? ¡Hace años que está inventada! -exclamaron los cuatro con desprecio.
No, se equivocan. No es una tele vulgar. Es algo más ingenioso, muy simple, pero más ingenioso. No sé cómo no se me había ocurrido antes. Este nuevo cacharro va conectado al pensamiento y cada uno verá lo que desee ver. No lo entiendo -dijo David.
Es muy sencillo. Si tú quieres ver una película, verás una película; pero al mismo tiempo, si el que está a tu derecha desea ver dibujos animados, verá dibujos animados, y el que esté a tu izquierda contemplará un programa científico si le apetece. ¿En el mismo televisor? Naturalmente. El aparato, digo, va conectado al pensamiento. Basta desearlo para que cambie de programa.¡Fantástico! -exclamaron todos.
Ejem..., original nada más. Aprovechando un invento antiguo he logrado una máquina maravillosa; con ella nadie será capaz de aburrirse.
¡Nosotros también queremos una! -prorrumpieron los ellos alborozados.
¡No, no y no! -gritó el inventor alarmado-.¿No se dan cuenta de que esa máquina no sólo entretendrá a los padres sino también a todo aquel que esté a su lado?¡Es una pérdida de tiempo absoluta! ¡Ustedes tienen otras cosas que hacer y que aprender! Los niños no deben mirarla jamás, o mi esfuerzo habrá sido inútil.
La cara del anciano estaba roja de ira e insistió enfurecido: ¡Juren! ¡  nunca la contemplaran!
Los niños, asustados, juraron uno a uno no tumbarse jamás delante de aquella máquina fascinante que absorbía los pensamientos. Necesitaremos de momento cuatro aparatos –susurró Elena, preocupada por el ataque repentino de mal humor del anciano -. Uno por cada casa.
Por supuesto. No tengan que preocuparse de eso –contestó Bonifacio guiñándole un ojo. De nuevo volvía a ser el de siempre -.Está todo previsto. Mañana mismo informaré a las autoridades de este nuevo invento y ya veran como dentro de pocas semanas se habrán fabricado millones de televisores maravillosos, claro, como les conviene... Y en breve, todos los habitantes de este planeta tendrán uno en su hogar. Pero insisto, ustedes no debéis tumbaros ante ninguna de esas máquinas.
No te preocupes contestó Sara asumiendo la voz del grupo -.Gracias por tu ayuda. Toma –dijo sacando un libro amarillento de su bolsillo trasero-. Éste es el cuento del que te hablamos el otro día. Es para ti para siempre. Mi abuelo dijo que me daría este tesoro cuando fuera mayor, pero como no va a notar su falta, te lo regalo.
El anciano lo manoseó con emoción. Le temblaban las manos y, de cerca, podía verse cómo se le humedecían los ojos. No puedo consentirlo dijo mirándolo amorosamente-. Tú no imaginas lo que vale. Deben de quedar muy pocos libros en el mundo; este cuento es un ejemplar único... Tú le das más valor que nosotros. Quédate lo. Es tu pasado, tu infancia. No, no merece la pena. Soy demasiado viejo. Prefiero que me lo presten... Con los años saben apreciar su valor... También será  su infancia. Nuestra infancia serás tú –contestó Elena conmovida. Queríamos agradecerte tu ayuda –insistió Sara. No es preciso que sea con algo tan valioso...
¿Qué otra cosa te gustaría? Pues..., nunca tuve hijos... Hace muchísimo que nadie me ha dado un beso –sus mejillas enrojecieron-. ¡Bah! Estoy diciendo tonterías. Ya soy demasiado viejo para esas cosas... Perdonadme... A nadie le gusta besar a los viejos. Lo encuentro natural.

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