La máquina
maravillosa,
Elvira Menéndez
La sorpresa asomó al rostro de
los cuatro chicos. ¿Has conseguido inventar una
máquina para entretener a los padres? preguntó Sara con ansiedad. Sí. ¿De verdad -Pablo no acababa
de creerlo. ¿Qué es? -preguntó David.Un televisor -dijo el anciano como si acabara de revelar un gran
secreto. ¿Un televisor...? ¡Hace
años que está inventada! -exclamaron los cuatro con desprecio.
No, se equivocan. No es una tele vulgar. Es algo más ingenioso, muy
simple, pero más ingenioso. No sé cómo no se me había ocurrido
antes. Este nuevo cacharro va conectado al pensamiento y cada uno
verá lo que desee ver. No lo entiendo -dijo David.
Es
muy sencillo. Si tú quieres ver una película, verás una película;
pero al mismo tiempo, si el que está a tu derecha desea ver dibujos
animados, verá dibujos animados, y el que esté a tu izquierda
contemplará un programa científico si le apetece. ¿En el mismo televisor? Naturalmente. El aparato,
digo, va conectado al pensamiento. Basta desearlo para que cambie de
programa.¡Fantástico! -exclamaron
todos.
Ejem..., original nada más.
Aprovechando un invento antiguo he logrado una máquina maravillosa;
con ella nadie será capaz de aburrirse.
¡Nosotros también queremos
una! -prorrumpieron los ellos alborozados.
¡No, no y no! -gritó el
inventor alarmado-.¿No se dan cuenta de que esa máquina no sólo
entretendrá a los padres sino también a todo aquel que esté a su
lado?¡Es una pérdida de tiempo absoluta! ¡Ustedes tienen otras
cosas que hacer y que aprender! Los niños no deben mirarla jamás,
o mi esfuerzo habrá sido inútil.
La cara del anciano estaba roja
de ira e insistió enfurecido: ¡Juren! ¡ nunca la
contemplaran!
Los niños, asustados, juraron
uno a uno no tumbarse jamás delante de aquella máquina fascinante
que absorbía los pensamientos. Necesitaremos de momento
cuatro aparatos –susurró Elena, preocupada por el ataque repentino
de mal humor del anciano -. Uno por cada casa.
Por supuesto. No tengan que
preocuparse de eso –contestó Bonifacio guiñándole un ojo. De
nuevo volvía a ser el de siempre -.Está todo previsto. Mañana
mismo informaré a las autoridades de este nuevo invento y ya veran como dentro de pocas semanas se habrán fabricado millones de
televisores maravillosos, claro, como les conviene... Y en breve,
todos los habitantes de este planeta tendrán uno en su hogar. Pero
insisto, ustedes no debéis tumbaros ante ninguna de esas máquinas.
No te preocupes contestó
Sara asumiendo la voz del grupo -.Gracias por tu ayuda. Toma –dijo
sacando un libro amarillento de su bolsillo trasero-. Éste es el
cuento del que te hablamos el otro día. Es para ti para siempre. Mi
abuelo dijo que me daría este tesoro cuando fuera mayor, pero como
no va a notar su falta, te lo regalo.
El anciano lo manoseó con
emoción. Le temblaban las manos y, de cerca, podía verse cómo se
le humedecían los ojos. No puedo consentirlo dijo
mirándolo amorosamente-. Tú no imaginas lo que vale. Deben de
quedar muy pocos libros en el mundo; este cuento es un ejemplar
único... Tú le das más valor que
nosotros. Quédate lo. Es tu pasado, tu infancia. No, no merece la pena. Soy
demasiado viejo. Prefiero que me lo presten... Con los años
saben apreciar su valor... También será su infancia. Nuestra infancia serás tú
–contestó Elena conmovida. Queríamos agradecerte tu
ayuda –insistió Sara. No es preciso que sea con
algo tan valioso...
¿Qué otra cosa te gustaría? Pues...,
nunca tuve hijos... Hace muchísimo que nadie me ha dado un beso –sus
mejillas enrojecieron-. ¡Bah! Estoy diciendo tonterías. Ya soy
demasiado viejo para esas cosas... Perdonadme... A nadie le gusta
besar a los viejos. Lo encuentro natural.
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