DOCENTE DE PRIMARIA

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jueves, 15 de agosto de 2013

RESEÑA DE SARITA COLONIA



La historia de Sarita comenzó en el humilde barrio de Belén, en Huaraz, una ciudad ubicada en la sierra norte del Perú, a más de tres mil metros de altura sobre el mar y a unos 400 kilómetros de Lima. Allí nació el 1 de marzo de 1914. Su padre se llamaba Amadeo Colonia Flores,  de quien se dice trabajaba como carpintero. Su madre, Rosalía Zambrano, se desempeñaba como ama de casa. Sarita era la mayor de cuatro hermanos: Hipólito, Esther y Rosa; ésta última la única de la familia Colonia Zambrano que aún sobrevive y a quien muchos admiran por su parentesco con Sarita.

Se sabe también que la familia profesaba una profunda fe por la religión católica y que en algún momento de su vida Sarita estuvo tentada a convertirse en monja.  

Sarita no era una niña del común. Su hermano Hipólito Colonia cuenta en su biografía que a Sarita “no le atraían las muñecas”, que más bien se interesaba en las estampas y en las medallas religiosas, y rezaba ante ellas en un pequeño altar que había adecuado en su casa para tal fin.

En esta etapa de su vida se notaba claramente su vocación religiosa”, recuerda el único hijo hombre de la familia Colonia Zambrano.

Se posaba de rodillas, miraba al cielo y rezaba con todo fervor y recogimiento”, menciona Hipólito en sus memorias. Hasta el día que su familia decidió viajar hacia la capital en busca de un médico que curara a su madre de la bronquitis que la afectaba; y tal vez con el deseo de encontrar un mejor futuro en la gran ciudad, el mismo interés que ha motivado a miles de peruanos desde hace más de tres décadas. Quizás ahí esté la respuesta de porqué tantas personas la veneran aún sin la complacencia de la Iglesia Católica.

La familia Colonia Zambrano se asentó en el populoso sector de Barrios Altos, en el centro de Lima. Sarita ingresó al colegio católico Santa Teresa de Mavillac, que era manejado por una congregación de monjas francesas. Pero el médico le recomendó a su madre vivir en un lugar de clima seco y a los Colonia Zambrano no les quedó otra opción que regresar a Huaraz. Cuatro meses después Rosalía falleció y Sarita, cómo hermana mayor que era, debió encargarse del cuidado de sus hermanos.

Sarita debió trabajar desde muy niña. Empezó ayudando en una panadería de Huaraz pero muy pronto regresó con su padre a Lima, donde se dedicó al cuidado de los hijos de una familia italiana que vivía en El Callao. También trabajó como vendedora de pescado en el mercado central, como vendedora de frutas, de ropa, y como empleada de una cafetería. En los andes peruanos es costumbre que en ausencia de la madre las hermanas mayores cumplan su rol y Sarita lo supo ejercer con absoluto compromiso.

Pese a su origen humilde y a los sacrificios que en vida debió soportar, los fieles reconocen en Sarita a una mujer bondadosa y generosa, un alma caritativa que compartió lo poco que tenía con los más necesitados que encontraba en su camino.

No había cumplido aún los 27 años de edad, cuando enfermó de paludismo pernicioso y falleció en el Hospital Bellavista, de El Callao. Aquello ocurrió el 20 de diciembre de 1940. Aunque su familia siempre sostuvo que después de beber aceite de ricino –sustancia utilizada antiguamente como laxante–, se quedó dormida y nunca más despertó.  

Otra versión sobre su muerte se ha vuelto vox populi entre los creyentes de Sarita Colonia: se dice que se lanzó al mar cuando se vio acorralada por un grupo de hombres que pretendía violarla.

Sus restos fueron enterrados en una fosa común de la periferia del cementerio Baquíjano y Carrillo, y con el paso del tiempo su tumba empezó a ser visitada por sus familiares y creyentes, quienes frecuentaban el lugar para orar por las almas de los muertos desamparados. Se dice también que fueron los estibadores del puerto de El Callao los primeros en rendirle culto al alma de Sarita.


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