El pescador y su mujer.
(Adaptado del cuento de los hermanos Grimm).
Un pescador y su mujer vivían en una choza junto al mar. Un día al tirar de la caña, sacó un enorme rodaballo. El pez le dijo que le dejara con vida, que él era un príncipe encantado y que ni siquiera le sabría bien. Así lo hizo el pescador y volvió a su miserable choza.
Al enterarse de la historia su mujer, muy enfadada, le obligó a volver al mar para que le pidiera al pez una casa.
El hombre que no se atrevía a llevarle la contraria a su mujer, volvió a la orilla del mar. Luego llamó al rodaballo y le pidió lo que quería su mujer, y el pez se la concedió.
Cuando el hombre regresó se encontró con una preciosa casita. Pasó una semana, o quizá dos, y la mujer le dijo al marido que fuera de nuevo a buscar al rodaballo porque ella quería vivir ahora en un gran castillo de piedra. Discutieron, pero él volvió a la orilla del mar. El mar ya no estaba amarillo y verde, sino violeta y azul. El rodaballo le dio el castillo. Pero su mujer de todo se cansaba y deseaba más y más. Y así, pidió convertirse en rey, y luego en emperador.
Pero también de ser rey y emperador se cansó. No estaba conforme con nada.
-Ahora que soy emperador, quiero ser papa y nada más. Ve a decírselo al rodaballo.
-¡Pero, mujer! ¡Qué cosas se te antojan! Papa, sólo hay uno. Tú no puedes serlo, porque ya hay uno.
-Ve y dile que tengo que ser papa hoy mismo.
Cuando regresó del pedirle al rodaballo el nuevo deseo, el pescador se encontró con una enorme iglesia rodeada de un espléndido palacio. Todos los reyes y emperadores se arrodillaban ante su mujer y le besaban las sandalias. Pero ella aún no estaba satisfecha y su ambición no la dejó dormir en toda la noche
Cuando vio que salía el sol y lanzaba sus primeros rayos, se le ocurrió una idea:
-¡Marido! ¡Levántate! Y vete a decirle al rodaballo que quiero ser como Dios.
-¡Ay, mujer! ¡El rodaballo no puede hacer eso! ¡Ya es suficiente ser papa!
Y le dio tal patada al pescador que éste se vistió y salió corriendo como un loco.
El mar se llevaba las rocas, retumbaban los truenos y culebreaban los relámpagos.
-¿Pero qué más quiere tu mujer?
-¡Ay! Quiere ser como Dios.
-Vuélvete a tu casa: tu mujer está sentada en la pocilga que tenía al principio.
Y allí es donde viven desde entonces y hasta el día de hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario