La princesa y el mendigo
Era la historia de esta princesa, muy hermosa ella. Todos los hombres de todas partes del mundo le traían obsequios para intentar conquistarla. Regalos valiosísimos, exóticos, incontables. Pero de ninguno gustaba, no hacía caso a ninguno de sus pretendientes. Un buen día, en un desfile por el pueblo, ella en su carruaje real iba saludando a la gente, a su pueblo. De repente, uno de sus guardias sorprendió a un mendigo que se había colado por entre la seguridad y había alcanzado a tocar el carruaje real. La princesa ordenó traer ante sus ojos a quien fue capaz de realizar tal hazaña, pues lo consideraba atrevido, pero intrépido.El guardia postró ante sus pies al mendigo. Un joven de la edad de la princesa, desaliñado, sucio. La princesa le preguntó: “¿Por qué has intentado llegar hasta aquí? ¿Qué quieres?”. El mendigo, con la cabeza inclinada, respondió: “he escuchado a los nobles hablar de tí. Tenía curiosidad de saber cómo es esa belleza que tanto dicen. Traje todas mis riquezas para pagar por ello, si es necesario.” Del fondo del bolsillo de su andrajoso pantalón sacó dos monedas de oro, que ofreció a la princesa. Para ella, el regalo era insignificante, pues ella estaba acostumbrada a maravillosos tesoros. Pero el mendigo, al levantar la mirada, reveló de entre sus melindrosos cabellos una mirada que cautivó a la princesa de inmediato. En ese justo momento, el guardia tomó de sus manos las dos monedas y retiró al mendigo, quien aceptó irse, tras cumplir con su objetivo.
La curiosidad de la princesa por ese joven fue tal, que ella guardó las dos monedas. Pero sintió vergüenza de buscarlo ella misma, debido a su condición de princesa. Pasados los días ordenó que lo buscaran en la ciudad, y cuando lo encontraron, la princesa misma se disfrazó de pordiosera y fue a buscarlo. Lo encontró y se gustaron, y pasaron la noche juntos, en la calle. A la mañana siguiente, al despertar la princesa encontró al joven muerto en su regazo. Preguntó a las personas que estaban con él si sabían por qué había muerto. Le respondieron que ese muchacho había pasado mucho tiempo sin probar bocado, para juntar todo lo que pudiera y así poder ver a la princesa. Murió literalmente de hambre. Y lamentando su muerte, la princesa comprendió que ella hubiera podido satisfacer el hambre de aquel joven, pero pudo más su condición de princesa. La pena de que la vieran buscando a un mendigo pudo más que la vida de ese hombre que la hizo feliz por un instante.
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