Espesa se hace la mirada cuando de las chimeneas ves salir el humo de la piel achicharrada, espesa cuando la tierra se niega a tragarse los cuerpos a medio morir y a medio vivir. Espeso el olor del traje militar con sus cruces y signos, que se confunde con el temblor de piso al acercarse a mí. Los signos y trajes colocan al cinismo y al poder por encima de la vida, un error que se repite adiario.
Morir en la piel, es quedarse muy adentro con el miedo al final, que sin saberlo ya pasó sobre y dentro de ti, y sólo queda respirar como excusa de vida. Ver la piel secarse, mientras otros caminan a pozos de muerte y a cámaras de gas; estremecerse con la mirada del guardia y pensar que puede ser lo último que te lleves.
Morir en la piel, es no tener nada, solo aliento y una vaga esperanza sin forma ni sentido. Es ver como arrasan la vida y no te alcanzan las fuerzas para impedirlo, la lucha por el aliento se consume todo pensamiento. Morir en la piel es saberse abandonado, perdido en las garras de un demonio, y no recordar el nombre del Altísimo. Pero tener la certeza de que Él te recuerda a cada instante. Es perder la vista en la lejanía y no volver a mirar otra vez al Mundo. Morir en la piel es un sacrificio, un Holocausto, a algún demonio desconocido. Y si vuelves a la vida, los jirones de piel no sanarán ni desaparecerán por todas las generaciones futuras, quienes vivirán con sus jirones y recuerdos.
http://plantasana.blogspot.com/2005/07/dos-cuentos-cortos.html
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